sábado, 12 de febrero de 2011

Posibilidades

Ahora no puedo hablar, pero lo haré más tarde, sí, cuando todos estos se vayan, cuando desaparezcan las tridas, cuando la presión se afloje, cuando la cuerda me deje respirar por unos segundos, entonces hablaré, sí, pero por ahora déjame que te cuente, en este suspiro que muere, todo lo que nunca podría decir, ahora, en estos términos, calculado sin, apreciado sin, dislocado aparentemente, condenado a muerte al parecer, al parecer abandonado, en manos de otros abandonado, sin remisión abandonado, nada que pueda decir se solidificará delante de mí, y quizás esta nada sea la que no quiera, y quizás no importe demasiado lo que yo pueda o no querer cuando a nadie le importa lo que yo pueda o no quiera cuando la verdad es que no puedo, ninguna de las dos cosas, ni lo que quiero ni lo que no quiero, y al final esto es lo únicamente importante.

Ahora no puedo hablar pero, escucha esto que te estoy diciendo, tendrás que escucharlo de todas maneras, aunque nunca quisieras escucharlo, lo harás, aunque sea imposible, aunque no sienta la lengua ni sepa dónde queda mi bano, lo estás sabiendo, en el preciso momento en que lo estoy pensando, lo estás escuchando, y no hay nada ya que yo pueda hacer a este respecto más que decirlo, aunque sepa que nunca será escuchado, hay que decirlo, aunque sepa que nunca será dicho del todo, así quedará mi intento, sin chuparse el dedo pero mirando a otro lado, nunca mi lado, sino el lado de los otros, aquellos que pronto marcharán, y la cuerda, y los azperetes, y el poste al que estoy atado, y que es lo único que me mantiene vivo, de todas maneras vivo, a pesar de ellos vivo, vivo para no hacer más que esto, que al final no importará demasiado, pero eso queda demasiado lejos de nosotros, aún vivos y aún demasiados.

Si me muevo me quiebro, y si no me muevo quedo inmóvil, y hay dolor de todas maneras, en todas las posiciones hay dolor y el dolor es lo que me mantiene pensando, demasiados pensamientos para tan pocas acciones, y es apenas mover un dedo y morir pensando, es apenas pensar en mover un dedo y el dolor se adelanta a mi propio pensamiento, dejándome inmóvil, soñando con enseñarles mi dedo índice a todos esos que nunca marchan, que nunca se marchan del todo, que nunca empiezan a largarse del todo, quizás le divierte el espectáculo de observarme mientras espero a que se larguen para empezar a marcharme yo también, nunca al mismo sitio al que ellos marchan, ese sitio que desconozco pero que se abre fuera, porque ni siquiera sé dónde guarecemos, aunque ellos lo sepan no sirve, por eso necesito que se marchen, que se trilen, para sentir que hay otros sitios, otros sitios fuera de aquí, una puerta por la que salir de aquí, aunque nada de esto significará nada si realmente no hay nada más que aire en el exterior, y esto no es lo que espero, lo que espero es la caída, espero el viaje, espero siquiera llegar al suelo para poder roer la cuerda con mis propios dientes, si es que acaso me quedan dientes, si es que acaso puedo abrir esta boca por la que, por el momento, no salen palabras, solo un líquido verde que se parece demasiado a un brillo.

Murieron todos, fue la muerte llevándoselos, uno a uno, fue una muerte colectiva, la muerte fue contagiosa, una plaga, y eso lo hizo más llevadero, familiar, fue un nuevo miembro de la familia, nos acostumbramos a su querencia a despertar por la noche y caminar por los pasillos de nuestra casa, no pedía sopa a la hora de la cena, no molestaba demasiado, fui prefiriéndole a las viejas hermanas de mamá, a los amigos tozuños de papá, a los vecinos que aparecían pegados a las paredes de la cocina cada mañana, rumiando brasas, evangelizando su hambre, siempre insinuando que guardábamos más, que guardábamos más dios sabe dónde, que guardábamos más en algún sitio que habíamos olvidado, que buscáramos, que siguiéramos buscando nos rogaban, busca niño busca, decían cuando mamá se ausentaba, y me pellizcaban en las nalgas y me azuzaban como un perro y veía sus bocas abiertas, ruinosas y sin dientes, y es ahora lo que veo cuando pienso en agua.

Otra vez sumido en mis brazos el peso de un hombre que un día quiso saber lo que mi cuerpo encerraba, y yo decía, no hay nada, no hay nada señor, ignorando que era igual que los vecinos, desconociendo el significado de la palabra nada, absolutamente nada señor, decía yo, sin saber que era precisamente eso lo que buscaba, equivocados los dos como Braulio y Zuni, cuando marcharon al río y regresaron enteros, sin desnudarse aún, atrofiados de besos, practicantes de una nueva filosofía, un extraña ablufia, adoctrinados en el quererse sin tocarse, pensaban que habían hecho caso al diablo, que estafaban al gobierno, que habían matado a todas las viejas del pueblo, entre ellas mi pobre abuela, que murió precisamente aquella noche, infestada de velas y rosarios púrpuras, la única que lloró cuando le conté lo del señor, la única que no hizo más que llorar, la única que no sostuvo extranjeras teorías acerca del no, del nada, del señor pronunciados, como si fuese yo el que hubiese llamado al diablo, como si yo golpease en su puerta todos los días y por eso había terminado acudiendo, y quizás por eso fui yo el único que lloró a la única que lloró por mí alguna vez, y si ahora no lloro al recordarlo es porque no queda ni una sola gota en estas venas que veo abiertas, desmayándose en mis brazos, estos mismos que acunaron alguna esperanza alguna vez de que Braulio fuera yo y fuera Zuni la que se apoyara en mis andamios.

Quien quisiera entrar en mi edad ya no existe, o al menos eso dijeron quiénes me convencieron de que no pasó nada, y yo les creí como se cree en la madrugada, queriendo creer que es para siempre, que no volverá, que nunca vuelve de la misma manera, que nada sucedió y por ello nunca volverá a suceder, que no se puede saber del alba como de las misas, esas infinitas que saben a polvo y a niños pateando el encerado, las mismas que me dejaron rezando porque no volviera, no el señor, sino mis palabras mal pronunciadas, mi constricción abstrusa, o algo así dijeron aquellos que me convencieron de que ni siquiera yo existí, de que aquellos minutos no acontecieron más que en la imaginación de un pobre niño malnutrido y malostiado, pendiente siempre de tretas y jugando siempre al fresno todas las tardes, y todas las tardes de mi vida me imaginan así, golpeándome solo, hablándole solo a las paredes, inventando argucias y deformando la muerte hasta que me habla de tú a tú, como si yo quisiera alcanzar, yo solito, tal grado de enemistad con la luz y las alegrías.

Una pedrada en la cabeza no duele igual, eso ya me lo dijo el profesor delante de todos mis compañeros, queriendo explicar que todos los libros eran distintos y era yo el que solo veía uno, ya leí ese libro, decía yo, todo el tiempo, esperando una risa atrás que me arropase, esperando una colleja delante que me esterilizase, no equivoques al resto, parecía decir su gesto violento que sabía a arcilla mal prensada, su adusto pronunciar las sílabas como si el lenguaje fuera otro dios ante el que arrodillarse y pedir perdón, todo el tiempo, el mismo libro, todo el tiempo, el mismo dios, todo el tiempo, la misma piedra, todo el tiempo, y millones de dolores distintos.

Pero ahora ya no tan niño, ahora ya animal mamífero vertebrado plagado de orificios, habitante de razones y poseedor de primeras certezas que no sirven, por eso vuelven los niños, incluso aquel que no fui, para darme la mano y hacer que se abran los pliegues, amaniatados poros que conozco: un tórax y dos molinos por ojos, húmeros y tibias pares, todo crece y arruga hacia dentro al no encontrar tierra ni cielo sobre el que bascularse, pobrecito de mí, efecto de conspiraciones mundiales, hijo de otro hijo y así hasta el final, nuevo hombrecillo sin pedales, qué podrán hacer de mí ahora que recuerdo que alguna vez fui niño y siquiera aquello les importó, hazme un hijo para poder decírselo, decirle que huya de aquí, que encuentre un infierno mejor, que abandone a su padre y a sus hermanos y que invente otro país como yo una vez creí hacer.

Pero todos se fueron, aunque vuelven, y vuelven para quedarse, y ahora ya no tan fuertes, ahora no tan enfebrecidos, callan y escuchan, levitan y rezan, hacen flexiones colgados del crucifijo, fortaleciendo sus almas de caballo, sus dientes ennegrecidos, achatados de tanto rumiar cortezas, de tanto salpicar y astillar, esos hombres, los mismos hombres que humillaron dioses, las mismas manos que azotaron cristales, ahora ya no tan salvajes, ahora ya no tan inteligentes, me miran y mi dolor no les sabe a madre, les sabe a huésped, a potro que muere, a zafia inservible, a canalla sin vino ni sangre, y por eso me mienten, lo saben, me mienten, son demasiados para mentirme y aún así lo saben, pero aún no tan sabios, aún no tanto, aún no, aún demasiado pocos para eso.

Pero Braulio sabe dónde estoy y aún así calla, calla a la par que vocea mi nombre, pero mi nombre está prohibido, a mi nombre no le está permitido hendirse, ni tumbarse, ni ceñirse demasiado prieto, mi nombre ya no tiene padre ni oficio, mi nombre ha huido lejos sin dientes, se lamentan todos que finjo, que he fingido, que ha asqueado de pronombres, y el pueblo se hunde, naufraga con ellos, se alimenta de torpes, de malentendidos, de diretes y de dime aquí y ahora, y ahora no sé pero luego talvez, talvez la sarna después, sí, y ahora no pero talvez después recuerde, talvez dentro o fuera, talvez para siempre, por su modestia callan, por su hambre talvez, y otra vez talvez en una olla retorcida hierven sus culpas, las secan a la noche para que no ahuyenten a las bestias que duermen, ellas, que aún levitan sin nombres.

La vasta apariencia de mediocridad, que sin vasos no vierte, no sirve para ahuyentar sus inviernos, pero les llaman, a la hora de la cena les llaman, y ese es el nombre que todos eligen, esa es la cuchara que ciernen, ese es el mandamiento que domina a los milagros y a los santos que no callan, no, ellos nunca faltan a la merienda de pan con vino, atragantados de miserias las devoran por cientos, las recuentan en el patio cuando el párroco se tuerce y predica a los feligreses, que ahora gritan, que ahora danzan, que ahora ríen y cantan, una asamblea de almas que vieron a Dios teniendo una crisis histérica por primera vez.

Nunca he visto el mar, soy un ciego para el mar, no sé lo que es una ola, una marea, y he visto peces pero sus ojos estaban blandos, son como los ojos de esta gente, no reflejan nada, no hablan, se apagan, están apagados, son ojos blandos sus ojos y no son húmedos sus ojos, todo lo que hacen es mirar sin ver, no se escapa ni un solo reflejo de esos ojos blandos, no están vivos esos ojos, podrían sustituir piedras por esos ojos, pero ni siquiera son piedras porque son blandos sus ojos.
El mar es la madre que muere, dice papá cuando está borracho, mamá dice que papá es el mar cuando hay tormenta, yo digo que el mar es el cielo vuelto del revés, y entonces todos callan, la abuela se levanta y saca la última manta del armario, tropieza con la puerta y cae al suelo, pasan quince segundos antes de que alguien se levante y la incorpore.

No creo que vaya a morir, pero sí muero no hay tanta pena, no hay tanto dolor por dejar la vida como debiera ser, siento dolor por lo lejos que estoy aún de la muerte, me equivoco de dirección entonces, yo quisiera estar ya del otro lado, del lado de los afortunados, exiliados en algún exótico paraíso o infierno, hacinados en campos de concentración o en hatillos manchados, os esperaré a todos allí, os haré pagar por todo, pero ahora demasiado cansado, demasiado atado, solo queda el placer de la venganza, la salvación de soñar con la venganza, no hay otra cosa en la que pensar en realidad, interrumpo todos mis sueños por esta utopía que se abre en mi cabeza, jubilosa y llena de todos los colores, me atraviesa con dulzura dotando a mi dolor de un significado trascendente.

Todo el respeto que alguna vez haya podido sentir por la raza humana ha desaparecido. Si muero solo quiero que todos mueran conmigo. Morirán de todos modos. Se irán conmigo. Si muero morirá el mundo entero. No los veré nunca más. Es una bendición si te paras a pensarlo. Todas las cosas que no hice, que aún no he hecho, no son más que trampas que me atan a este dolor que me acerca a la vida. Quiero el dolor que se dirije al otro lado. Cómo elegirlo, cómo hacer para que vaya más rápido. Quiero cinco segundos en vez de diez. Quiero más siempre. Quiero el por favor y no quiero el gracias. Creen que podrán conseguir de mi ahora todo lo que quieran pero es precisamente al contrario: ya no tengo nada que ofrecer.

Ahora pienso de nuevo en el mar, esa trampa, esa otra trampa a la que me mantienen atado. Pienso en la música y en la promesa de unas piernas abiertas. Pienso en Julio y en el sol y en una buena carne bien asada. Aromas de un mundo que nunca existió. Nunca fue Julio, ni siquiera Junio. A veces fue Mayo pero siempre llovía. Ni en Agosto dejé de sentir frío.

Que nadie se merece esta muerte es cierto, pero también es cierto que yo la merezco como cualquier otro. Cualquier otro podría estar en mi lugar y cualquier otro podría estar pensando lo que pienso. Hay una pérdida de identificación, me sumo en el otro, me vuelco en ese otro cualquiera, le transfiero toda mi munición. Haz con ella lo que quieras, a mí nunca me sirvió. Un esfuerzo para mantener la dignidad en estos momentos, dicen, precisamente en estos momentos, cuando pienso que la dignidad no sirvió para nada en ningún momento. Utilizarla ahora sería lo más descabellado del mundo. Dignidad y esperanza, suena algo obsceno. Es tan obsceno que dan ganas de reír. Muere como un hombre, sí, cuando viviste como una bestia. Moriré como una bestia porque eso es lo que siempre he sido: un pedazo de carne que alimentar, a la espera de que algún día sea productivo. Lo que les duele es que me vaya tan pronto, cuando aún apenas empezaba a cuidar de las vacas, cuando aún no he recibido mi primer sueldo en la ciudad, tal y como esperaban. La decepción que sienten por mí suena ahora como un premio. Nunca pensé que sentiría esta dicha: morir siempre estuvo por encima de mis posibilidades.