domingo, 13 de marzo de 2011

Teoría feminista de la imagen




Al director Robert Iannakis se le ocurrió la siguiente idea: rodar una película enteramente con actores porno. En el film no habría ni una sola escena de sexo. Es más, sería una película intimista, centrada en la soledad, la depresión y la incomunicación. Todos los actores y actrices a los que les propuso la idea aceptaron en el acto; todos estaban deseosos de demostrar sus virtudes como auténticos intérpretes y escapar de la tediosa rutina del cine porno.
Robert Iannakis era un director norteamericano que empezaba a despuntar en la escena independiente con dos películas en su haber: Caligrafía e Indemne, ambas rodadas con un bajo presupuesto y premiadas en varios festivales con excelentes críticas. No tuvo problemas a la hora de conseguir productores y subvenciones. Todos esperaban lo mejor de él.
El protagonista de la película sería Rambo Tamolta, un actor italo-americano que en apenas dos años, y con cerca ya de cien películas en su haber, empezaba a hacerse un nombre en la escena porno. En sus películas siempre mostraba una especial sensibilidad en las raras ocasiones en las que tenía que interpretar algo parecido a un papel: un fontanero que acudía a un domicilio a reparar una avería, un veraneante de ligue en una discoteca, un dependiente de tienda de moda que se encierra en los probadores con sus clientas. En todos esos papeles Rambo Tamolta demostraba una elegancia y una profundidad que era contrarrestada de inmediato con sus escenas de sexo, salvajes y mecánicas a la vez.
En el primer día de rodaje Robert eligió comenzar con una escena melodramática y triste: Rambo, en el papel de Alejandro, hijo pródigo, tenía que visitar a su madre enferma de alzheimer en una residencia. Su madre, en un principio, no le reconocería, y procedería a ignorarle de forma sistemática. Después de varios intentos por parte de Rambo de entablar una conversación su madre entraría en fase de cólera y le gritaría que se fuera de la habitación. Al girarse Alejandro-Rambo hacia la puerta la madre recordaría por un momento que aquella persona era su hijo, y correría a abrazarle por la espalda. Después ambos se sentarían en la cama y hablarían durante largo rato, intentando Rambo con tierna desesperación que el momento de lucidez de su madre no desapareciese súbitamente. Todo estaba yendo tal y como habían planeado, el rostro de Rambo reflejaba convenientemente el dolor y la confusión que le producían la visión de una persona tan querida en tal deplorable estado para después iluminarse tras el momento de reconocimiento y lucidez. Fue precisamente en esa conversación en la cama cuando algo empezó a ir mal. Su madre le hablaba del caballo que montaba cuando era joven, en un idílico paraje provenzal en el que había pasado su infancia y adolescencia, un coqueto pueblecito en la Provenza italiana. Bien, Rambo se levantó de la cama y se sacó la polla. Empezó a masturbarse delante del rostro alucinado de su madre. Robert indicó al cámara, que se había girado inmediatamente hacia él, que no parase de rodar. Su madre, una veterana actriz con muchas tablas en teatro, siguió hablando mientras Rambo seguía atentamente su narración, de pie, con su verga de 23 centímetros en plena acción. El caballo era muy bonito, seguía contando su madre, correteaba por los prados y ella era feliz porque no tenía miedo de caerse, sentía que nada malo podía pasarle encima de su precioso caballo. La escena terminó cuando Rambo eyaculó encima de las flores que le había traído a su madre, mientras esta miraba melancólicamente hacia la ventana, sus ojos cuajados en lágrimas fundiéndose con el perfil de su musculoso hijo postrado contra la mesita de noche.
Solo entonces Robert Iannakis gritó “corten”. Los escasos miembros del equipo de rodaje se miraron entre sí, sin saber qué hacer ni qué decir, mientras la chica encargada de continuidad se acercaba a un cariacotencido Rambo y gritaba a Robert: “¿y ahora qué?”.
Su madre se largó a los camerinos sin mediar palabra. Robert meditaba también en silencio apostado en su silla de director, mientras Rambo se subía los pantalones y se acercaba hacia él, su rostro la viva imagen del arrepentimiento.
- Lo siento, fue lo único que dijo cuando llegó a su lado.
- No pasa nada, tan sólo has hecho lo que mejor sabes hacer.
- No sé cómo ha podido pasar, quizás sea la costumbre, o quizás la actuación de ella ha sido tan buena que me he excitado.
- Puede ser, en cualquier caso no te preocupes, hemos seguido grabando
- ¿Cómo? ¿No has dejado de rodar? -Robert dice que no con la cabeza.- Supongo que la eliminarás de inmediato
- Por supuesto que no. Es la mejor escena que he rodado en toda mi vida, ¿por qué habría de hacerlo?
Los demás miembros del equipo lo miraban perplejos, para después pasar a mirarse entre sí, intentando dilucidar si se había vuelto loco o si, en cambio, todo aquello no era más que una broma. ¿Les estaba gastando una novatada? ¿Iba a utilizar de verdad para la película aquella escena?
- Quiero que borres la escena, dijo entonces Rambo en un tono francamente amenazante.
- No la voy a borrar, dijo Robert con una sonrisa.
A Rambo le impresionó aquella respuesta serena y sonriente más que una patada en los cojones.
De hecho, se zarandeó, algo KO, durante unos segundos, en los que pareció meditar otra vía.
- Bueno, no es tan sólo por mí- musitó dubitativo-; es por ella. Estoy seguro de que no va a permitir que la escena se utilice en la película.
- ¿Ella? No te preocupes por ella: tiene alzheimer. Dentro de cinco minutos no recordará absolutamente nada de esto.