La vida es un viaje de fin de curso, tan solo que el curso nunca termina, y el viaje nunca empieza.
Llévame a Benidorm, invítame a una hamburguesa precocinada. Ponte vestido, algo con rayas. Usaremos gafas de sol todo el tiempo. No saldremos de la habitación. Del cuarto de baño. No saldremos de la bañera.
Del desagüe.
No saldremos de las tuberías. De las cloacas. No saldremos. No saldremos de casa. Benidorm no existe.
Cómprate un pañuelo para el cuello. Dime algo bonito. Lloraré como una niña tonta. Miraré las nubes y todas esas cosas. Creeré en un cielo ulterior. Coleccionaré vales de la compra. Me harán descuento en todos los supermercados.
Aprenderé a llorar en cursos subvencionados por el ayuntamiento.
jueves, 22 de septiembre de 2011
miércoles, 17 de agosto de 2011
Aviso de disfunción
Para hacerlo hay que ser precavido, pero no tanto como tus
pestañas, que temen caerse de tus ojos al suelo. ¿Dónde encontrará tantas
imágenes?
Frecuéntame y luego pídeme una cita, hazlo al revés, subviértete
un rato que no hace tanto daño: los caminos no entienden de direcciones, y, si
vences la corriente, encontrarás premio debajo de la tapadera de todos los ríos.
Amenaza tormenta, y girasoles girando al trasluz.
Proposiciones sin deslavazar, desordena un poco tu cuarto antes de venir a
jugar con nosotros. Si traes resina, te odiamos. Si traes Colacao, quizás te
dejemos sentarte en el suelo, al lado del gato de porcelana. Prueba a romperlo:
tenemos fixo, pegamento, celo y un martillo enorme.
Para hacerlo hay que ser meticuloso, pero no tanto como tus vecinos,
esos que desmontaron la chimenea y encontraron un cementerio indio encima de tu
cuarto de baño. Nos pidieron prestada la Oujia el martes, cuando no estabas. Te dejamos
una nota encima del oso que vive en tu armario: ¿no lo viste?
miércoles, 10 de agosto de 2011
Inventario de trayectorias
demasiado dentro del fuera.
demasiado lento y velozmente quieto
en la ceguera
demasiado siento y pocos lo siento
para tanta sed
demasiado intento y el final
no espera
demasiados cientos y nada
a la vez
demasiado lejos del centro
y apenas cerca para poder ver
que sigo demasiado fuera
del dentro
demasiado lento y velozmente quieto
en la ceguera
demasiado siento y pocos lo siento
para tanta sed
demasiado intento y el final
no espera
demasiados cientos y nada
a la vez
demasiado lejos del centro
y apenas cerca para poder ver
que sigo demasiado fuera
del dentro
viernes, 5 de agosto de 2011
This is fun
A la verdad no se llega a través del aburrimiento, ni
siquiera a través de la cultura, ni mucho menos recorriendo las columnas de la
última tendencia literaria. Calles llenas de cool(writer)hunters, buscando en
aquella esquina donde nadie aún ha mirado, extrapolando su mirada provinciana
hacia el Nueva York que ha visto por Google-earth. Apóstrofes, siglas, citas
como reclamo ante el carroñero-nuevo-hombre, postrado ante el fracaso de una
ulterior modernidad, rumia un último hueso creyendo que es carne, creyéndose
afortunado y cierto. Todavía famélicos pero hartos, adocenados en
individualidades que asemejan a cualquier otra, conectados entre sí por los
intestinos y por la arrogancia, no basta el tiempo para hacerles caer o meditar,
porque ya es tarde, porque no hay tiempo, porque estar a la última y nunca
querer ser el último es mucho más que imposible. Mucho mejor la ignorancia a
ser ignorado, piensa este hombre que nunca supo nada y solo recuerda los
títulos y los nombres, nunca las voces, y mucho menos la suya, su voz: aquella
que oculta entre otros ecos que le devuelven lo que en realidad nunca pensó.
¿Dónde estás, entonces? Estás aquí, ahora, y en cualquier otro lugar al mismo
tiempo. Te diluyes. No hay tiempo, recuerda. Tampoco existes. Quizás en otro concepto. Seguramente una imagen.
Artificiero matinal
Mira ahí. Debajo, sí.
Hay una bomba lapa pegada a tu paladar cada mañana.
Intenta extraerla con cuidado. Ponte guantes. Lee algún libro antes. Dúchate pero no derroches el gel.
Después explota. Deja que despierte a los vecinos. Aparta la pantalla plana, el portátil nuevo, la polaroid. Aparenta entereza. Si te rompes, hazlo en trocitos digeribles, reciclables, biodegradables. Pide un recibo.
Mejor: una factura. Una subvención al Gobierno. ¿Una plaza en el vertedero?. Hay plazas libres. Incluso muerto te venderán. Te pondrán un precio. Te marcarán como a un cerdo, pero no serás tan provechoso como ellos. Ellos sabrán qué hacer contigo. Siempre lo hacen.
Así que mira ahí debajo, pero no lo palpes, no lo toques. Mejor olvídalo. Mejor cómete una galleta.
O una magdalena sin gluten.
Hay una bomba lapa pegada a tu paladar cada mañana.
Intenta extraerla con cuidado. Ponte guantes. Lee algún libro antes. Dúchate pero no derroches el gel.
Después explota. Deja que despierte a los vecinos. Aparta la pantalla plana, el portátil nuevo, la polaroid. Aparenta entereza. Si te rompes, hazlo en trocitos digeribles, reciclables, biodegradables. Pide un recibo.
Mejor: una factura. Una subvención al Gobierno. ¿Una plaza en el vertedero?. Hay plazas libres. Incluso muerto te venderán. Te pondrán un precio. Te marcarán como a un cerdo, pero no serás tan provechoso como ellos. Ellos sabrán qué hacer contigo. Siempre lo hacen.
Así que mira ahí debajo, pero no lo palpes, no lo toques. Mejor olvídalo. Mejor cómete una galleta.
O una magdalena sin gluten.
lunes, 1 de agosto de 2011
Informe anual de desastres atmosféricos
Tres horas para saberte dentro, y después nada. Incipiente
conclusión rezagada por opiniones vinculantes referentes a tu estado emocional
demasiado irritante. Tus huesos. Están. Rompiendo. La máscara. Sálvate antes de
que demasiado tarde se parezca demasiado a cualquier momento anterior al ahora.
Ahora no existe. Tres horas para sabernos incólumes. Tres horas para apaciguar
la bestia, amaestrar el dolor, hacer que coman de tu mano, y tú sin dedos, ni
uñas ni cartílagos. Ni ganas ya de mentirme. Ni fuentes de conocimiento
fiables, ni presupuestos, guárdate en los cajones, en las cajas fuertes,
dóblate como la miseria agazapada de los sábado noche.
Noob
Olvidar a sorbos, imitar hasta la muerte la vida,
hasta que nos venza, hasta que supure remedios que, de nuevo, no sirvan para
absolutamente nada
Ah, las nubes, los triciclos, los pájaros cantores.
Así que era todo eso.
No. No encontrarás amabilidad, planeos dulces, ni siquiera un poco de sangre para completar el cuadro, tan hermético en su cielo abierto.
Pero, ah, las piscinas, los veranos, los amores.
Se saben solos, no los perviertas, se mecen en otras manos, se merecen otros infiernos, no mires más, puede que caigas, puede que comiences a conocerte, y no tienes tantos cables, ya no tantas imágenes, ya ni películas ni canciones, ya solo tú y ni siquiera suicida, ni siquiera valiente, mamá, déjame en la puerta de casa, méceme y leche fría, galletas y cama.
Ah, los abrazos, los besos, la humedad.
Noob.
lunes, 4 de julio de 2011
Desazón al 3 %
Miro los lamparones de mi camisa
Y le hablo a las manchas
Pienso que el día que me respondan
Me haré lavadora
Ella vuelve del gimnasio
Y el dinero mana de su culo
Paso mi tarjeta por su raja
Y se hace caja registradora
Paso mi tiempo con relojes
Y los pongo a punto de ebullición
Cuando arden me retraso
Pronto seré descongelador
Y le hablo a las manchas
Pienso que el día que me respondan
Me haré lavadora
Ella vuelve del gimnasio
Y el dinero mana de su culo
Paso mi tarjeta por su raja
Y se hace caja registradora
Paso mi tiempo con relojes
Y los pongo a punto de ebullición
Cuando arden me retraso
Pronto seré descongelador
miércoles, 22 de junio de 2011
Viernes
Alguien trocea mi brazo en pedazos. Lo hace con la precisión de un ave marina. Otro desordena mis tripas con la voracidad de un felino muerto de hambre. No siento las piernas y siento que alguien intenta sacarme el cerebro por la boca. Saboreo mis sesos. Mis huesos son de un color amarillo enfermo. Les dejo hacer: están necesitados de cariño.
Alguien me viola con un escalpelo oxidado y sucio. De vez en cuando me besa en la boca, y su aliento es húmedo y huele a tabaco y a queso. Intento corresponderle pero siento que he perdido la lengua. Sin lengua tampoco puedo saber si conservo algún diente. Mi boca se ha transformado en algo parecido a mi ano: un agujero infecto que sangra y se retuerce. El principio y el fin se ha transformado en lo mismo: soy un tubo de dos direcciones. Todo puede subir o bajar. Gritaría si conservara intactas las cuerdas vocales. Alguien también se ha encargado de librarse de ellas. Me azotan y me apalean pero no soy capaz de articular ruido alguno. Dirán que soy poco comunicativo. Dirán que seguían golpeando porque no sabían que me estaban haciendo daño. No demostraba suficiente dolor.
Me introducen un tubo de PVC por la boca. En uno de sus extremos hay un trapo empapado en alguna clase de líquido. Intentan ensartarme con él pero se queda atascado en mi estómago. Intento disculparme, soltar alguna lágrima en señal de duelo, pero creo que también me han arrancado los ojos. No protestan. En cambio, sacan el tubo de PVC hacia fuera con una fuerza descomunal. Aplaudiría si conservara mis manos. Veo como todo mi interior se desparrama hacia fuera. Me libran de todos mis órganos, esos tan inservibles. El trapo empapado se ha encargado de quedarse adherido a las paredes de mi estómago: al tirar hacia fuera el tubo han conseguido despegar todo mi aparato digestivo superior. Como si se tratara de un cartel en una pared. Un cartel de un concierto que ya ha pasado. Soy un cartel fuera de fecha. Nadie asistió al concierto, de todos modos.
Echan mis pedazos en un cubo. Me acumulo, poco a poco. Hago un ruido desagradable. Goteo. Alguien se encarga de serrar mis huesos. Soy grande, un bulto, difícil de manejar. Necesitan reducirme a algo más pequeño que un nanocircuito. Tengo que ser ergonómico, fácilmente rastreable, intuible. Tengo que revalorizarme. Transformarme en algo nuevo. Eliminar las partes superfluas. Dejar de manchar de sangre el parquet, las alfombras, las paredes de color crema de esta habitación. Tengo que aprender a optimizar todos mis recursos. Volverme maleable, multitareas, digno de admiración. Tengo que ser imprescindible. Pero todas mis venas y arterias, tan molestas, esta medusa rosa que golpea en mis costillas que suena como alguien golpeando en mi puerta, cada noche, cada noche golpean en mi puerta y no es otro que mi corazón diciendo que ya no quiere estar aquí, quejándose por el poco espacio, la habitación insalubre en la que se asientan sus pobres hijos, el poco sueldo y la nula aceptación que sufre entre todos sus allegados... Vuelco el cubo y me derramo en el suelo. Veo uno de mis ojos rodando hasta que se detiene en una esquina. Es un bonito ojo de iris azul rodeado de minúsculas venas rosáceas que serpentean. Me veo desde una perspectiva nunca antes comprendida. Eso antes era yo, presiento. Alguien me recoge con una fregona. Me lleva a un lugar cálido y seco en el que no me molestan mis recuerdos. Desde aquí se escucha una canción. Todo queda limpio. Todo refulge y brilla. Todo es correcto. Me fumaría un cigarrillo ahora mismo para celebrarlo, pero no me quedan cigarros, ni labios, ni pulmones. Ni siquiera un cenicero limpio donde descargar toda mi ceniza.
Alguien me viola con un escalpelo oxidado y sucio. De vez en cuando me besa en la boca, y su aliento es húmedo y huele a tabaco y a queso. Intento corresponderle pero siento que he perdido la lengua. Sin lengua tampoco puedo saber si conservo algún diente. Mi boca se ha transformado en algo parecido a mi ano: un agujero infecto que sangra y se retuerce. El principio y el fin se ha transformado en lo mismo: soy un tubo de dos direcciones. Todo puede subir o bajar. Gritaría si conservara intactas las cuerdas vocales. Alguien también se ha encargado de librarse de ellas. Me azotan y me apalean pero no soy capaz de articular ruido alguno. Dirán que soy poco comunicativo. Dirán que seguían golpeando porque no sabían que me estaban haciendo daño. No demostraba suficiente dolor.
Me introducen un tubo de PVC por la boca. En uno de sus extremos hay un trapo empapado en alguna clase de líquido. Intentan ensartarme con él pero se queda atascado en mi estómago. Intento disculparme, soltar alguna lágrima en señal de duelo, pero creo que también me han arrancado los ojos. No protestan. En cambio, sacan el tubo de PVC hacia fuera con una fuerza descomunal. Aplaudiría si conservara mis manos. Veo como todo mi interior se desparrama hacia fuera. Me libran de todos mis órganos, esos tan inservibles. El trapo empapado se ha encargado de quedarse adherido a las paredes de mi estómago: al tirar hacia fuera el tubo han conseguido despegar todo mi aparato digestivo superior. Como si se tratara de un cartel en una pared. Un cartel de un concierto que ya ha pasado. Soy un cartel fuera de fecha. Nadie asistió al concierto, de todos modos.
Echan mis pedazos en un cubo. Me acumulo, poco a poco. Hago un ruido desagradable. Goteo. Alguien se encarga de serrar mis huesos. Soy grande, un bulto, difícil de manejar. Necesitan reducirme a algo más pequeño que un nanocircuito. Tengo que ser ergonómico, fácilmente rastreable, intuible. Tengo que revalorizarme. Transformarme en algo nuevo. Eliminar las partes superfluas. Dejar de manchar de sangre el parquet, las alfombras, las paredes de color crema de esta habitación. Tengo que aprender a optimizar todos mis recursos. Volverme maleable, multitareas, digno de admiración. Tengo que ser imprescindible. Pero todas mis venas y arterias, tan molestas, esta medusa rosa que golpea en mis costillas que suena como alguien golpeando en mi puerta, cada noche, cada noche golpean en mi puerta y no es otro que mi corazón diciendo que ya no quiere estar aquí, quejándose por el poco espacio, la habitación insalubre en la que se asientan sus pobres hijos, el poco sueldo y la nula aceptación que sufre entre todos sus allegados... Vuelco el cubo y me derramo en el suelo. Veo uno de mis ojos rodando hasta que se detiene en una esquina. Es un bonito ojo de iris azul rodeado de minúsculas venas rosáceas que serpentean. Me veo desde una perspectiva nunca antes comprendida. Eso antes era yo, presiento. Alguien me recoge con una fregona. Me lleva a un lugar cálido y seco en el que no me molestan mis recuerdos. Desde aquí se escucha una canción. Todo queda limpio. Todo refulge y brilla. Todo es correcto. Me fumaría un cigarrillo ahora mismo para celebrarlo, pero no me quedan cigarros, ni labios, ni pulmones. Ni siquiera un cenicero limpio donde descargar toda mi ceniza.
jueves, 16 de junio de 2011
domingo, 12 de junio de 2011
(extracto)
Uno se despierta y todas las cosas que te rodean parecen querer introducirse en tu cama, rápido, muy rápido. No es como si uno se despertase y poco a poco fuese adentrándose en el mundo que le rodea, como quien se introduce cautelosamente en un gélido mar. En realidad es al contrario: el mundo exterior te invade, sortea fronteras intangibles y te agrede cuando aún no estás preparado para traspasar ese umbral de reconocimiento.
Es así como el ordenador baja de la mesa, salta hasta mi cama, y se escabulle dentro de mi mente. La pantalla se enciende. Representa diez cuadrados, diez marcos de imágenes, diez fragmentos de realidad, diez pedazos de habitaciones. No sé leer las imágenes, no sé que representan, a qué pertenecen. Abro los ojos y la pantalla se apaga. La pantalla está al otro lado de la habitación, negra, uniforme, y no parece capaz de moverse. Ella también duerme. Quizás he sido yo quien se ha inmiscuido en su sueño: pienso.
Abro la puerta y paso al baño. Me ducho. Hay ropa limpia doblada escrupulosamente encima del inodoro cerrado. Es ropa alegre, demasiado alegre, saben mi talla, me miro al espejo, es ropa limpia: es la única que tengo. Introduzco mi ropa sucia en un canasto. Salgo a la habitación. Salgo al pasillo. Tomo el ascensor. Llego al recibidor. Salgo al exterior.
Los árboles no se han ido, siguen ahí, con su monopolio presencial, tan egoísta. Decido darles de lado, hacer como que no me pervierten sus formas suaves, sus ondulaciones sensuales, sus olores extraños.
Camino por un sendero que bordea el edificio y lleva a un pequeño jardín. En el jardín observo pequeños carteles delante de algunas plantas: Corona Borealis, reza una de ellas, como si fuera un subtítulo para una película muda. Quizás sea algún tipo de patrocinio. Quizás sea como el nombre cromado que cuelga de la camisa de la chica que me entrega mi hamburguesa desde detrás de su caja expendedora. La planta no puede esclarecer ninguno de estos supuestos. Se niega a dialogar conmigo. Es arrogante y cruel conmigo. Parece que solo le baste con su belleza.
Vidö me encuentra en este estado, a punto de torturar a aquel vegetal, dueño de secretos que se me resisten. Sonríe y simula un gesto amistoso al pasar suavemente su mano por mi espalda.
— ¿Qué te parece este lugar, Islö?
— Todavía no he elaborado una opinión al respecto. Ahora mismo sólo sé que es un lugar extraño.
— Eso es porque todavía no has visto nada.
Vidö me conduce a través del jardín. Llegamos a un mirador de blanca balaustrada, hasta ahora oculto para mí, desde el cual se divisa un vasto panorama: un valle, circundado por imponentes montañas, a lo largo del cual se suceden distintas complejos arquitectónicos, rodeados siempre de árboles y elementos naturales como cascadas, lagos, o aglomeraciones arbitrarias de rocas.
Vidö señala cada uno de los elementos que participan de esta visión, como si se tratara de un profesor señalando las distintas ecuaciones representadas en una pizarra.
— Esa nave de allí es tu infancia, dice en primer lugar. Señala un punto en el aire y yo dirijo mis ojos hacia aquel reflejo; podría ser un truco óptico, apenas una mancha en la distancia: necesitaría estar más cerca para poder distinguirlo sin subjetividades medioambientales.
— Aquello de allí son tus sueños, y señala un edificio circular, una especie de círculo de cuyo centro emergen un par de altas y combadas palmeras. Arañan el cielo, pienso de manera inmediata, como si esto fuera una de esas…
— Para encontrar tu deseo hay que atravesar la cascada hasta llegar a aquella casita entre los árboles, continúa, apuntando con su dedo-vector como si fuera alguna suerte de varita mágica.
Me resulta difícil aventurarme en su posición y determinar qué alcance pretenden sus palabras, si una mera superposición metafórica o si en realidad su intención es cosificar cada uno de mis actos más íntimos, conferirles unas coordenadas, dotarlas de una significación mucho menos abstracta. Si ahora mismo le preguntara ¿dónde está mi muerte?, o ¿dónde está mi padre?, estoy seguro de que no dudaría en elegir alguno de los elementos que nos ofrece aquel paisaje, no sé si al azar, y servírmelo a modo de respuesta visual, todavía no tangible, pero sí perfectamente identificable. Pienso en Número 4 y en su búsqueda de la casa dorada del lago, como una mera proyección de mis propios anhelos. La pregunta que nace en mí no puede ser otra.
— ¿Dónde está Ira?
Vidö señala un punto indeterminado entre las montañas, cercano a un acantilado, en el que aparece que asoma una pequeña torre de vigilancia, a una distancia equidistante tanto de mis sueños como de mi deseo.
Es así como el ordenador baja de la mesa, salta hasta mi cama, y se escabulle dentro de mi mente. La pantalla se enciende. Representa diez cuadrados, diez marcos de imágenes, diez fragmentos de realidad, diez pedazos de habitaciones. No sé leer las imágenes, no sé que representan, a qué pertenecen. Abro los ojos y la pantalla se apaga. La pantalla está al otro lado de la habitación, negra, uniforme, y no parece capaz de moverse. Ella también duerme. Quizás he sido yo quien se ha inmiscuido en su sueño: pienso.
Abro la puerta y paso al baño. Me ducho. Hay ropa limpia doblada escrupulosamente encima del inodoro cerrado. Es ropa alegre, demasiado alegre, saben mi talla, me miro al espejo, es ropa limpia: es la única que tengo. Introduzco mi ropa sucia en un canasto. Salgo a la habitación. Salgo al pasillo. Tomo el ascensor. Llego al recibidor. Salgo al exterior.
Los árboles no se han ido, siguen ahí, con su monopolio presencial, tan egoísta. Decido darles de lado, hacer como que no me pervierten sus formas suaves, sus ondulaciones sensuales, sus olores extraños.
Camino por un sendero que bordea el edificio y lleva a un pequeño jardín. En el jardín observo pequeños carteles delante de algunas plantas: Corona Borealis, reza una de ellas, como si fuera un subtítulo para una película muda. Quizás sea algún tipo de patrocinio. Quizás sea como el nombre cromado que cuelga de la camisa de la chica que me entrega mi hamburguesa desde detrás de su caja expendedora. La planta no puede esclarecer ninguno de estos supuestos. Se niega a dialogar conmigo. Es arrogante y cruel conmigo. Parece que solo le baste con su belleza.
Vidö me encuentra en este estado, a punto de torturar a aquel vegetal, dueño de secretos que se me resisten. Sonríe y simula un gesto amistoso al pasar suavemente su mano por mi espalda.
— ¿Qué te parece este lugar, Islö?
— Todavía no he elaborado una opinión al respecto. Ahora mismo sólo sé que es un lugar extraño.
— Eso es porque todavía no has visto nada.
Vidö me conduce a través del jardín. Llegamos a un mirador de blanca balaustrada, hasta ahora oculto para mí, desde el cual se divisa un vasto panorama: un valle, circundado por imponentes montañas, a lo largo del cual se suceden distintas complejos arquitectónicos, rodeados siempre de árboles y elementos naturales como cascadas, lagos, o aglomeraciones arbitrarias de rocas.
Vidö señala cada uno de los elementos que participan de esta visión, como si se tratara de un profesor señalando las distintas ecuaciones representadas en una pizarra.
— Esa nave de allí es tu infancia, dice en primer lugar. Señala un punto en el aire y yo dirijo mis ojos hacia aquel reflejo; podría ser un truco óptico, apenas una mancha en la distancia: necesitaría estar más cerca para poder distinguirlo sin subjetividades medioambientales.
— Aquello de allí son tus sueños, y señala un edificio circular, una especie de círculo de cuyo centro emergen un par de altas y combadas palmeras. Arañan el cielo, pienso de manera inmediata, como si esto fuera una de esas…
— Para encontrar tu deseo hay que atravesar la cascada hasta llegar a aquella casita entre los árboles, continúa, apuntando con su dedo-vector como si fuera alguna suerte de varita mágica.
Me resulta difícil aventurarme en su posición y determinar qué alcance pretenden sus palabras, si una mera superposición metafórica o si en realidad su intención es cosificar cada uno de mis actos más íntimos, conferirles unas coordenadas, dotarlas de una significación mucho menos abstracta. Si ahora mismo le preguntara ¿dónde está mi muerte?, o ¿dónde está mi padre?, estoy seguro de que no dudaría en elegir alguno de los elementos que nos ofrece aquel paisaje, no sé si al azar, y servírmelo a modo de respuesta visual, todavía no tangible, pero sí perfectamente identificable. Pienso en Número 4 y en su búsqueda de la casa dorada del lago, como una mera proyección de mis propios anhelos. La pregunta que nace en mí no puede ser otra.
— ¿Dónde está Ira?
Vidö señala un punto indeterminado entre las montañas, cercano a un acantilado, en el que aparece que asoma una pequeña torre de vigilancia, a una distancia equidistante tanto de mis sueños como de mi deseo.
viernes, 3 de junio de 2011
( )
esta imagen está siendo borrada y nadie podrá salvarnos.
ya los pájaros no se saben. se extinguen los vuelos. las carpas olvidan cómo nadar. los loros no repiten.
está cayendo un sueño del cielo y alguien será decapitado. agacha la cabeza. vienen a por tí, tal y como soñaste. escóndete en el acero. en la hierba. en el agua. sabes cómo mantenerte a flote.
recítame los versos que olvidaste en el aguacero. los paraguas que recogiste del suelo, refúgiate en el asidero de todas tus trampas. sé libre pero sé fiel a tu libertad. ante todo, no digas que fue un accidente, porque sabes que no es cierto.
esta imagen está siendo secuestrada por espadas de hielo antes de derretirse. lo saben las lunas que las parieron. madre tibia que tiembla, que ríe, que zozobra al fin, esperando una señal de otro sol, de otra sangre. otra tierra para enterrarse despierta, debajo de todos los miedos y tú al lado del hambre, sedienta y con ojos más abiertos que todos los martes en los que no estuviste.
esta imagen ha sido borrada y nadie podrá perdonarnos. nadie a salvo. nadie sin filos. ya nadie sin labios que arden. ya nadie sin nadie y todos cayendo en el aire.
ya los pájaros no se saben. se extinguen los vuelos. las carpas olvidan cómo nadar. los loros no repiten.
está cayendo un sueño del cielo y alguien será decapitado. agacha la cabeza. vienen a por tí, tal y como soñaste. escóndete en el acero. en la hierba. en el agua. sabes cómo mantenerte a flote.
recítame los versos que olvidaste en el aguacero. los paraguas que recogiste del suelo, refúgiate en el asidero de todas tus trampas. sé libre pero sé fiel a tu libertad. ante todo, no digas que fue un accidente, porque sabes que no es cierto.
esta imagen está siendo secuestrada por espadas de hielo antes de derretirse. lo saben las lunas que las parieron. madre tibia que tiembla, que ríe, que zozobra al fin, esperando una señal de otro sol, de otra sangre. otra tierra para enterrarse despierta, debajo de todos los miedos y tú al lado del hambre, sedienta y con ojos más abiertos que todos los martes en los que no estuviste.
esta imagen ha sido borrada y nadie podrá perdonarnos. nadie a salvo. nadie sin filos. ya nadie sin labios que arden. ya nadie sin nadie y todos cayendo en el aire.
sábado, 28 de mayo de 2011
Naturaleza militar
Ella aprendió a respirar tan fuerte como los árboles. Su corazón ya no daba sombra.
Pasaba las páginas de libros llenos de brigadistas rusos. Le emocionaban los uniformes.
Una vez tuvo un pensamiento hermoso. Lo sirvió para la cena. Encendió velas y abrió una botella de vino. Me vinieron a la cabeza grandes palabras. No las pronuncié.
Desfilamos para luego romper filas. Yo, a un lado. Tú, simulando fusilarme. Caigo. Me has dado. No, no sirve. Otra toma. Y otra.
Los paracaidistas caen del cielo. No ha llovido en años. Ahora toman la tierra y patrocinan el misterio. Lo venden al alza. Se ha quedado rota la playa. La recomponen. Luego saltan. Los devuelven al cielo. Llueven al revés. Les decimos adiós con la mano y nuestros agujeros se unen, emocionados, al desconcierto.
Pasaba las páginas de libros llenos de brigadistas rusos. Le emocionaban los uniformes.
Una vez tuvo un pensamiento hermoso. Lo sirvió para la cena. Encendió velas y abrió una botella de vino. Me vinieron a la cabeza grandes palabras. No las pronuncié.
Desfilamos para luego romper filas. Yo, a un lado. Tú, simulando fusilarme. Caigo. Me has dado. No, no sirve. Otra toma. Y otra.
Los paracaidistas caen del cielo. No ha llovido en años. Ahora toman la tierra y patrocinan el misterio. Lo venden al alza. Se ha quedado rota la playa. La recomponen. Luego saltan. Los devuelven al cielo. Llueven al revés. Les decimos adiós con la mano y nuestros agujeros se unen, emocionados, al desconcierto.
viernes, 20 de mayo de 2011
Rough day at the Orifice
La grapadora me atacó
Provocando heridas en acné y cuero cabelludo
La fotocopia empezó a escupir fotos de gordas en traje de baño
Leopardo y vinilo
Texturas nada naturales pero nada hidrosolubles
Mi silla giró 360 grados hasta conducirme al rostro extasiado
Del operario de control
Que en ese momento hacía que dos aviones se dieran un beso en pleno vuelo
Y también el fax y la máquina expendedora de chicles y el secador del baño
Todo en plan maximum overdrive
Se dedicaron a funcionar con un ritmo monótono, tribal, mayestático
Y tremendamente post-avantgarde
Pepa dijo: creo que tenemos un problema en nuestras feromonas
Y se lanzó contra el cristal
Carolina dijo: creo que voy a volver a estudiar
Y clavó el puntero de su pda en su ojo derecho
Pablito dijo: he encontrado un glitch debajo de mi lengua
Y ME LANZO SU SANDWICH A MI CABEZA
¡Repoblación en el sector 1!
Todos los Nerds y todos los noobs bailan al ritmo de ANTOFAGASTA
Nadando con una erección en Viernes, y otras baladas
Mientras alguien encuentra una nómina en la boca
Del operario exiliado dentro de la salita de café
UNA MÁS Y NO MÁS
Somos redirigidos y los antecedentes se adelantan
Tengo un plus para volar en tu email
Tengo doscientos métodos distintos de encender la trituradora
Una es utilizando tu lengua como palanca
Otra es dándole golpes a la limpiadora
Hasta que saque su fregona fuera del país
FOTOS DE UNA COCINA NUEVA EN EL IPHONE DE JUAN
Una masa informe de carne y spam se avalanza
Nos arrojamos delante de su escritorio
Suplicando y rogando
UNA MIRADITA MÁS, UNA MIRADITA MÁS
Pero se encoge y desiste
Tira del pelo a Marta
Hasta que escupe la transferencia al suelo
Ya tiene hueco en las encías para preguntar:
¿Alguien sabe dónde está mi puta grapadora?
NO FUNCIONABA
Grita Pablito, mientras la arranca de mi cabeza
ANTES UN SANDWICH Y AHORA ESTO
¡Medida disciplinar, por Dios, Inspección del Jefe Regional YA!!!
I never thought I would say those words
Provocando heridas en acné y cuero cabelludo
La fotocopia empezó a escupir fotos de gordas en traje de baño
Leopardo y vinilo
Texturas nada naturales pero nada hidrosolubles
Mi silla giró 360 grados hasta conducirme al rostro extasiado
Del operario de control
Que en ese momento hacía que dos aviones se dieran un beso en pleno vuelo
Y también el fax y la máquina expendedora de chicles y el secador del baño
Todo en plan maximum overdrive
Se dedicaron a funcionar con un ritmo monótono, tribal, mayestático
Y tremendamente post-avantgarde
Pepa dijo: creo que tenemos un problema en nuestras feromonas
Y se lanzó contra el cristal
Carolina dijo: creo que voy a volver a estudiar
Y clavó el puntero de su pda en su ojo derecho
Pablito dijo: he encontrado un glitch debajo de mi lengua
Y ME LANZO SU SANDWICH A MI CABEZA
¡Repoblación en el sector 1!
Todos los Nerds y todos los noobs bailan al ritmo de ANTOFAGASTA
Nadando con una erección en Viernes, y otras baladas
Mientras alguien encuentra una nómina en la boca
Del operario exiliado dentro de la salita de café
UNA MÁS Y NO MÁS
Somos redirigidos y los antecedentes se adelantan
Tengo un plus para volar en tu email
Tengo doscientos métodos distintos de encender la trituradora
Una es utilizando tu lengua como palanca
Otra es dándole golpes a la limpiadora
Hasta que saque su fregona fuera del país
FOTOS DE UNA COCINA NUEVA EN EL IPHONE DE JUAN
Una masa informe de carne y spam se avalanza
Nos arrojamos delante de su escritorio
Suplicando y rogando
UNA MIRADITA MÁS, UNA MIRADITA MÁS
Pero se encoge y desiste
Tira del pelo a Marta
Hasta que escupe la transferencia al suelo
Ya tiene hueco en las encías para preguntar:
¿Alguien sabe dónde está mi puta grapadora?
NO FUNCIONABA
Grita Pablito, mientras la arranca de mi cabeza
ANTES UN SANDWICH Y AHORA ESTO
¡Medida disciplinar, por Dios, Inspección del Jefe Regional YA!!!
I never thought I would say those words
Rites of passage
Parece más fácil salir que entrar. Es un agujero minúsculo. Algo por lo que merece la pena convertirse en aguja.
Aparentas mucha más edad.
El viejo silbó la canción que creía olvidada. Le dio aire y labios agrietados. Sonó dulce.
Parece más fácil salir que entrar, dijiste.
No señalaste ningún sitio en particular.
Aparentas mucha más edad.
El viejo silbó la canción que creía olvidada. Le dio aire y labios agrietados. Sonó dulce.
Parece más fácil salir que entrar, dijiste.
No señalaste ningún sitio en particular.
domingo, 10 de abril de 2011
Departamento (Spleen II)
Los cadáveres se apilan en la sala de juntas. La máquina de café no funciona y todos rompen a llorar. Hay una pobre mujer que ha llamado setenta veces hoy a atención al usuario. No sabe que toda la plantilla del departamento se está pudriendo en la sala de control de calidad.
Y todos saben. Y todos huyen. Y todos aparcan. Y todos fuman. Y algunos me hablan.
Hoy, un 91%. ¿Y tú?
Miro a otro lado. El fax hace un ruido interesante.
La tarde se presenta perenne con leves apuntes de barniz caoba en su parte septentrional. Los microondas del comedor común desprenden un olor indescriptible. El mobiliario funcional y gris es fregado por una mujer mayor y gorda vestida con un horrible uniforme verde hospital. Se diría que la suciedad en este edificio es una enfermedad. Los colores también lo son. Todos vestimos de negro o de gris o de marrón o de azul oscuro o de todos estos colores combinados con preciso gusto.
A las seis y veintitrés de la tarde la luz cae perfectamente horizontal en el campo de futbito que se encuentra justo al lado de la estación de metro de Fuencarral. Si el cielo es claro, es 28 de Febrero del 2008 y acabas de salir del trabajo, el espectáculo es perturbador. Los árboles plantados por funcionarios del ayuntamiento asemejan bosques románticos y los edificios brillan de manera fulgurante. Hay silencio, el viento mece las ramas, y piensas en escribir una oda a un pedazo de hormigón en el que nadie juega al fútbol, cementerio de rodillas sangrantes, altavoz de goles infantiles, vertedero de las miradas de trabajadores modernos en temporada baja.
Y todos saben. Y todos huyen. Y todos aparcan. Y todos fuman. Y algunos me hablan.
Hoy, un 91%. ¿Y tú?
Miro a otro lado. El fax hace un ruido interesante.
La tarde se presenta perenne con leves apuntes de barniz caoba en su parte septentrional. Los microondas del comedor común desprenden un olor indescriptible. El mobiliario funcional y gris es fregado por una mujer mayor y gorda vestida con un horrible uniforme verde hospital. Se diría que la suciedad en este edificio es una enfermedad. Los colores también lo son. Todos vestimos de negro o de gris o de marrón o de azul oscuro o de todos estos colores combinados con preciso gusto.
A las seis y veintitrés de la tarde la luz cae perfectamente horizontal en el campo de futbito que se encuentra justo al lado de la estación de metro de Fuencarral. Si el cielo es claro, es 28 de Febrero del 2008 y acabas de salir del trabajo, el espectáculo es perturbador. Los árboles plantados por funcionarios del ayuntamiento asemejan bosques románticos y los edificios brillan de manera fulgurante. Hay silencio, el viento mece las ramas, y piensas en escribir una oda a un pedazo de hormigón en el que nadie juega al fútbol, cementerio de rodillas sangrantes, altavoz de goles infantiles, vertedero de las miradas de trabajadores modernos en temporada baja.
Spleen
Tengo un cepillo Colgate Clásico Medio 360 grados. Es el mejor cepillo que jamás haya tenido. Tiene filamentos interdentales y punta limpiadora, así como limpiador de lengua y mejilla, lo cual ayuda a eliminar las bacterias que causan el mal aliento. Además sus puntas abrillantadoras eliminan delicadamente las manchas de mis dientes. Trae incorporada una tapa transparente para tapar el cepillo. Su diseño es atractivo y se acomoda fácilmente a mis dedos y a mi boca.
Mi pasta dentrífica preferida es Sensodyne Pro-Esmalte. Lo fabrica la gigante farmacéutica Glaxo Smith Kline. Tiene un agradable sabor a menta y desde que la uso mi sensibilidad dental ha disminuido ostensiblemente. Con el uso continuado de esta pasta consigo reducir los efectos de erosión dental que me producen los ácidos de las comidas.
Una vez he depositado la dosis justa de pasta dentrífica Sensodyne Pro-Esmalte en mi cepillo Colgate Clásico Medio 360 grados, procedo a mi diario cepillado matinal.
Primero, inclino mi cepillo unos 45 grados contra los dientes y deslizo el cepillo hacia afuera de las encías. Después, cepillo cuidadosamente la parte de afuera, de adentro y la superficie con la que mastico de cada diente, usando brochazos de ida y vuelta. Limpio la superficie externa de los dientes superiores, luego los inferiores, y sigo con la superficie interna de los dientes superiores e inferiores. Limpio la parte de los dientes con la que mastico. También cepillo mi lengua y la cara interna de mis mejillas, para asegurarme un aliento fresco y duradero.
No tardo más de dos minutos en cepillarme los dientes. Un menor intervalo de tiempo reduciría la eficacia del cepillado y un excesivo cepillado debilitaría el esmalte de mis dientes, haciendo que la encía se baje dejando al descubierto parte de la raíz del diente, provocando una alta sensibilidad dental ante comidas ácidas o bebidas demasiado frías.
Mientras cepillo mis dientes, cada mañana, observo la hilera de botes de colonia, tarritos y cremas que descansan en la parte inferior del espejo en el cual me observo ocasionalmente. Son de distintos tamaños, formas y colores. Mi vista se desliza de izquierda a derecha sobre todos estos tarros y botes, dándole a mi cepillado matinal un agradable paisaje en el cual perderse mientras me someto a la imprescindible rutina diaria de la higiene personal.
Mi pasta dentrífica preferida es Sensodyne Pro-Esmalte. Lo fabrica la gigante farmacéutica Glaxo Smith Kline. Tiene un agradable sabor a menta y desde que la uso mi sensibilidad dental ha disminuido ostensiblemente. Con el uso continuado de esta pasta consigo reducir los efectos de erosión dental que me producen los ácidos de las comidas.
Una vez he depositado la dosis justa de pasta dentrífica Sensodyne Pro-Esmalte en mi cepillo Colgate Clásico Medio 360 grados, procedo a mi diario cepillado matinal.
Primero, inclino mi cepillo unos 45 grados contra los dientes y deslizo el cepillo hacia afuera de las encías. Después, cepillo cuidadosamente la parte de afuera, de adentro y la superficie con la que mastico de cada diente, usando brochazos de ida y vuelta. Limpio la superficie externa de los dientes superiores, luego los inferiores, y sigo con la superficie interna de los dientes superiores e inferiores. Limpio la parte de los dientes con la que mastico. También cepillo mi lengua y la cara interna de mis mejillas, para asegurarme un aliento fresco y duradero.
No tardo más de dos minutos en cepillarme los dientes. Un menor intervalo de tiempo reduciría la eficacia del cepillado y un excesivo cepillado debilitaría el esmalte de mis dientes, haciendo que la encía se baje dejando al descubierto parte de la raíz del diente, provocando una alta sensibilidad dental ante comidas ácidas o bebidas demasiado frías.
Mientras cepillo mis dientes, cada mañana, observo la hilera de botes de colonia, tarritos y cremas que descansan en la parte inferior del espejo en el cual me observo ocasionalmente. Son de distintos tamaños, formas y colores. Mi vista se desliza de izquierda a derecha sobre todos estos tarros y botes, dándole a mi cepillado matinal un agradable paisaje en el cual perderse mientras me someto a la imprescindible rutina diaria de la higiene personal.
domingo, 13 de marzo de 2011
Teoría feminista de la imagen
Al director Robert Iannakis se le ocurrió la siguiente idea: rodar una película enteramente con actores porno. En el film no habría ni una sola escena de sexo. Es más, sería una película intimista, centrada en la soledad, la depresión y la incomunicación. Todos los actores y actrices a los que les propuso la idea aceptaron en el acto; todos estaban deseosos de demostrar sus virtudes como auténticos intérpretes y escapar de la tediosa rutina del cine porno.
Robert Iannakis era un director norteamericano que empezaba a despuntar en la escena independiente con dos películas en su haber: Caligrafía e Indemne, ambas rodadas con un bajo presupuesto y premiadas en varios festivales con excelentes críticas. No tuvo problemas a la hora de conseguir productores y subvenciones. Todos esperaban lo mejor de él.
El protagonista de la película sería Rambo Tamolta, un actor italo-americano que en apenas dos años, y con cerca ya de cien películas en su haber, empezaba a hacerse un nombre en la escena porno. En sus películas siempre mostraba una especial sensibilidad en las raras ocasiones en las que tenía que interpretar algo parecido a un papel: un fontanero que acudía a un domicilio a reparar una avería, un veraneante de ligue en una discoteca, un dependiente de tienda de moda que se encierra en los probadores con sus clientas. En todos esos papeles Rambo Tamolta demostraba una elegancia y una profundidad que era contrarrestada de inmediato con sus escenas de sexo, salvajes y mecánicas a la vez.
En el primer día de rodaje Robert eligió comenzar con una escena melodramática y triste: Rambo, en el papel de Alejandro, hijo pródigo, tenía que visitar a su madre enferma de alzheimer en una residencia. Su madre, en un principio, no le reconocería, y procedería a ignorarle de forma sistemática. Después de varios intentos por parte de Rambo de entablar una conversación su madre entraría en fase de cólera y le gritaría que se fuera de la habitación. Al girarse Alejandro-Rambo hacia la puerta la madre recordaría por un momento que aquella persona era su hijo, y correría a abrazarle por la espalda. Después ambos se sentarían en la cama y hablarían durante largo rato, intentando Rambo con tierna desesperación que el momento de lucidez de su madre no desapareciese súbitamente. Todo estaba yendo tal y como habían planeado, el rostro de Rambo reflejaba convenientemente el dolor y la confusión que le producían la visión de una persona tan querida en tal deplorable estado para después iluminarse tras el momento de reconocimiento y lucidez. Fue precisamente en esa conversación en la cama cuando algo empezó a ir mal. Su madre le hablaba del caballo que montaba cuando era joven, en un idílico paraje provenzal en el que había pasado su infancia y adolescencia, un coqueto pueblecito en la Provenza italiana. Bien, Rambo se levantó de la cama y se sacó la polla. Empezó a masturbarse delante del rostro alucinado de su madre. Robert indicó al cámara, que se había girado inmediatamente hacia él, que no parase de rodar. Su madre, una veterana actriz con muchas tablas en teatro, siguió hablando mientras Rambo seguía atentamente su narración, de pie, con su verga de 23 centímetros en plena acción. El caballo era muy bonito, seguía contando su madre, correteaba por los prados y ella era feliz porque no tenía miedo de caerse, sentía que nada malo podía pasarle encima de su precioso caballo. La escena terminó cuando Rambo eyaculó encima de las flores que le había traído a su madre, mientras esta miraba melancólicamente hacia la ventana, sus ojos cuajados en lágrimas fundiéndose con el perfil de su musculoso hijo postrado contra la mesita de noche.
Solo entonces Robert Iannakis gritó “corten”. Los escasos miembros del equipo de rodaje se miraron entre sí, sin saber qué hacer ni qué decir, mientras la chica encargada de continuidad se acercaba a un cariacotencido Rambo y gritaba a Robert: “¿y ahora qué?”.
Su madre se largó a los camerinos sin mediar palabra. Robert meditaba también en silencio apostado en su silla de director, mientras Rambo se subía los pantalones y se acercaba hacia él, su rostro la viva imagen del arrepentimiento.
- Lo siento, fue lo único que dijo cuando llegó a su lado.
- No pasa nada, tan sólo has hecho lo que mejor sabes hacer.
- No sé cómo ha podido pasar, quizás sea la costumbre, o quizás la actuación de ella ha sido tan buena que me he excitado.
- Puede ser, en cualquier caso no te preocupes, hemos seguido grabando
- ¿Cómo? ¿No has dejado de rodar? -Robert dice que no con la cabeza.- Supongo que la eliminarás de inmediato
- Por supuesto que no. Es la mejor escena que he rodado en toda mi vida, ¿por qué habría de hacerlo?
Los demás miembros del equipo lo miraban perplejos, para después pasar a mirarse entre sí, intentando dilucidar si se había vuelto loco o si, en cambio, todo aquello no era más que una broma. ¿Les estaba gastando una novatada? ¿Iba a utilizar de verdad para la película aquella escena?
- Quiero que borres la escena, dijo entonces Rambo en un tono francamente amenazante.
- No la voy a borrar, dijo Robert con una sonrisa.
A Rambo le impresionó aquella respuesta serena y sonriente más que una patada en los cojones.
De hecho, se zarandeó, algo KO, durante unos segundos, en los que pareció meditar otra vía.
- Bueno, no es tan sólo por mí- musitó dubitativo-; es por ella. Estoy seguro de que no va a permitir que la escena se utilice en la película.
- ¿Ella? No te preocupes por ella: tiene alzheimer. Dentro de cinco minutos no recordará absolutamente nada de esto.
sábado, 12 de febrero de 2011
Posibilidades
Ahora no puedo hablar, pero lo haré más tarde, sí, cuando todos estos se vayan, cuando desaparezcan las tridas, cuando la presión se afloje, cuando la cuerda me deje respirar por unos segundos, entonces hablaré, sí, pero por ahora déjame que te cuente, en este suspiro que muere, todo lo que nunca podría decir, ahora, en estos términos, calculado sin, apreciado sin, dislocado aparentemente, condenado a muerte al parecer, al parecer abandonado, en manos de otros abandonado, sin remisión abandonado, nada que pueda decir se solidificará delante de mí, y quizás esta nada sea la que no quiera, y quizás no importe demasiado lo que yo pueda o no querer cuando a nadie le importa lo que yo pueda o no quiera cuando la verdad es que no puedo, ninguna de las dos cosas, ni lo que quiero ni lo que no quiero, y al final esto es lo únicamente importante.
Ahora no puedo hablar pero, escucha esto que te estoy diciendo, tendrás que escucharlo de todas maneras, aunque nunca quisieras escucharlo, lo harás, aunque sea imposible, aunque no sienta la lengua ni sepa dónde queda mi bano, lo estás sabiendo, en el preciso momento en que lo estoy pensando, lo estás escuchando, y no hay nada ya que yo pueda hacer a este respecto más que decirlo, aunque sepa que nunca será escuchado, hay que decirlo, aunque sepa que nunca será dicho del todo, así quedará mi intento, sin chuparse el dedo pero mirando a otro lado, nunca mi lado, sino el lado de los otros, aquellos que pronto marcharán, y la cuerda, y los azperetes, y el poste al que estoy atado, y que es lo único que me mantiene vivo, de todas maneras vivo, a pesar de ellos vivo, vivo para no hacer más que esto, que al final no importará demasiado, pero eso queda demasiado lejos de nosotros, aún vivos y aún demasiados.
Si me muevo me quiebro, y si no me muevo quedo inmóvil, y hay dolor de todas maneras, en todas las posiciones hay dolor y el dolor es lo que me mantiene pensando, demasiados pensamientos para tan pocas acciones, y es apenas mover un dedo y morir pensando, es apenas pensar en mover un dedo y el dolor se adelanta a mi propio pensamiento, dejándome inmóvil, soñando con enseñarles mi dedo índice a todos esos que nunca marchan, que nunca se marchan del todo, que nunca empiezan a largarse del todo, quizás le divierte el espectáculo de observarme mientras espero a que se larguen para empezar a marcharme yo también, nunca al mismo sitio al que ellos marchan, ese sitio que desconozco pero que se abre fuera, porque ni siquiera sé dónde guarecemos, aunque ellos lo sepan no sirve, por eso necesito que se marchen, que se trilen, para sentir que hay otros sitios, otros sitios fuera de aquí, una puerta por la que salir de aquí, aunque nada de esto significará nada si realmente no hay nada más que aire en el exterior, y esto no es lo que espero, lo que espero es la caída, espero el viaje, espero siquiera llegar al suelo para poder roer la cuerda con mis propios dientes, si es que acaso me quedan dientes, si es que acaso puedo abrir esta boca por la que, por el momento, no salen palabras, solo un líquido verde que se parece demasiado a un brillo.
Murieron todos, fue la muerte llevándoselos, uno a uno, fue una muerte colectiva, la muerte fue contagiosa, una plaga, y eso lo hizo más llevadero, familiar, fue un nuevo miembro de la familia, nos acostumbramos a su querencia a despertar por la noche y caminar por los pasillos de nuestra casa, no pedía sopa a la hora de la cena, no molestaba demasiado, fui prefiriéndole a las viejas hermanas de mamá, a los amigos tozuños de papá, a los vecinos que aparecían pegados a las paredes de la cocina cada mañana, rumiando brasas, evangelizando su hambre, siempre insinuando que guardábamos más, que guardábamos más dios sabe dónde, que guardábamos más en algún sitio que habíamos olvidado, que buscáramos, que siguiéramos buscando nos rogaban, busca niño busca, decían cuando mamá se ausentaba, y me pellizcaban en las nalgas y me azuzaban como un perro y veía sus bocas abiertas, ruinosas y sin dientes, y es ahora lo que veo cuando pienso en agua.
Otra vez sumido en mis brazos el peso de un hombre que un día quiso saber lo que mi cuerpo encerraba, y yo decía, no hay nada, no hay nada señor, ignorando que era igual que los vecinos, desconociendo el significado de la palabra nada, absolutamente nada señor, decía yo, sin saber que era precisamente eso lo que buscaba, equivocados los dos como Braulio y Zuni, cuando marcharon al río y regresaron enteros, sin desnudarse aún, atrofiados de besos, practicantes de una nueva filosofía, un extraña ablufia, adoctrinados en el quererse sin tocarse, pensaban que habían hecho caso al diablo, que estafaban al gobierno, que habían matado a todas las viejas del pueblo, entre ellas mi pobre abuela, que murió precisamente aquella noche, infestada de velas y rosarios púrpuras, la única que lloró cuando le conté lo del señor, la única que no hizo más que llorar, la única que no sostuvo extranjeras teorías acerca del no, del nada, del señor pronunciados, como si fuese yo el que hubiese llamado al diablo, como si yo golpease en su puerta todos los días y por eso había terminado acudiendo, y quizás por eso fui yo el único que lloró a la única que lloró por mí alguna vez, y si ahora no lloro al recordarlo es porque no queda ni una sola gota en estas venas que veo abiertas, desmayándose en mis brazos, estos mismos que acunaron alguna esperanza alguna vez de que Braulio fuera yo y fuera Zuni la que se apoyara en mis andamios.
Quien quisiera entrar en mi edad ya no existe, o al menos eso dijeron quiénes me convencieron de que no pasó nada, y yo les creí como se cree en la madrugada, queriendo creer que es para siempre, que no volverá, que nunca vuelve de la misma manera, que nada sucedió y por ello nunca volverá a suceder, que no se puede saber del alba como de las misas, esas infinitas que saben a polvo y a niños pateando el encerado, las mismas que me dejaron rezando porque no volviera, no el señor, sino mis palabras mal pronunciadas, mi constricción abstrusa, o algo así dijeron aquellos que me convencieron de que ni siquiera yo existí, de que aquellos minutos no acontecieron más que en la imaginación de un pobre niño malnutrido y malostiado, pendiente siempre de tretas y jugando siempre al fresno todas las tardes, y todas las tardes de mi vida me imaginan así, golpeándome solo, hablándole solo a las paredes, inventando argucias y deformando la muerte hasta que me habla de tú a tú, como si yo quisiera alcanzar, yo solito, tal grado de enemistad con la luz y las alegrías.
Una pedrada en la cabeza no duele igual, eso ya me lo dijo el profesor delante de todos mis compañeros, queriendo explicar que todos los libros eran distintos y era yo el que solo veía uno, ya leí ese libro, decía yo, todo el tiempo, esperando una risa atrás que me arropase, esperando una colleja delante que me esterilizase, no equivoques al resto, parecía decir su gesto violento que sabía a arcilla mal prensada, su adusto pronunciar las sílabas como si el lenguaje fuera otro dios ante el que arrodillarse y pedir perdón, todo el tiempo, el mismo libro, todo el tiempo, el mismo dios, todo el tiempo, la misma piedra, todo el tiempo, y millones de dolores distintos.
Pero ahora ya no tan niño, ahora ya animal mamífero vertebrado plagado de orificios, habitante de razones y poseedor de primeras certezas que no sirven, por eso vuelven los niños, incluso aquel que no fui, para darme la mano y hacer que se abran los pliegues, amaniatados poros que conozco: un tórax y dos molinos por ojos, húmeros y tibias pares, todo crece y arruga hacia dentro al no encontrar tierra ni cielo sobre el que bascularse, pobrecito de mí, efecto de conspiraciones mundiales, hijo de otro hijo y así hasta el final, nuevo hombrecillo sin pedales, qué podrán hacer de mí ahora que recuerdo que alguna vez fui niño y siquiera aquello les importó, hazme un hijo para poder decírselo, decirle que huya de aquí, que encuentre un infierno mejor, que abandone a su padre y a sus hermanos y que invente otro país como yo una vez creí hacer.
Pero todos se fueron, aunque vuelven, y vuelven para quedarse, y ahora ya no tan fuertes, ahora no tan enfebrecidos, callan y escuchan, levitan y rezan, hacen flexiones colgados del crucifijo, fortaleciendo sus almas de caballo, sus dientes ennegrecidos, achatados de tanto rumiar cortezas, de tanto salpicar y astillar, esos hombres, los mismos hombres que humillaron dioses, las mismas manos que azotaron cristales, ahora ya no tan salvajes, ahora ya no tan inteligentes, me miran y mi dolor no les sabe a madre, les sabe a huésped, a potro que muere, a zafia inservible, a canalla sin vino ni sangre, y por eso me mienten, lo saben, me mienten, son demasiados para mentirme y aún así lo saben, pero aún no tan sabios, aún no tanto, aún no, aún demasiado pocos para eso.
Pero Braulio sabe dónde estoy y aún así calla, calla a la par que vocea mi nombre, pero mi nombre está prohibido, a mi nombre no le está permitido hendirse, ni tumbarse, ni ceñirse demasiado prieto, mi nombre ya no tiene padre ni oficio, mi nombre ha huido lejos sin dientes, se lamentan todos que finjo, que he fingido, que ha asqueado de pronombres, y el pueblo se hunde, naufraga con ellos, se alimenta de torpes, de malentendidos, de diretes y de dime aquí y ahora, y ahora no sé pero luego talvez, talvez la sarna después, sí, y ahora no pero talvez después recuerde, talvez dentro o fuera, talvez para siempre, por su modestia callan, por su hambre talvez, y otra vez talvez en una olla retorcida hierven sus culpas, las secan a la noche para que no ahuyenten a las bestias que duermen, ellas, que aún levitan sin nombres.
La vasta apariencia de mediocridad, que sin vasos no vierte, no sirve para ahuyentar sus inviernos, pero les llaman, a la hora de la cena les llaman, y ese es el nombre que todos eligen, esa es la cuchara que ciernen, ese es el mandamiento que domina a los milagros y a los santos que no callan, no, ellos nunca faltan a la merienda de pan con vino, atragantados de miserias las devoran por cientos, las recuentan en el patio cuando el párroco se tuerce y predica a los feligreses, que ahora gritan, que ahora danzan, que ahora ríen y cantan, una asamblea de almas que vieron a Dios teniendo una crisis histérica por primera vez.
Nunca he visto el mar, soy un ciego para el mar, no sé lo que es una ola, una marea, y he visto peces pero sus ojos estaban blandos, son como los ojos de esta gente, no reflejan nada, no hablan, se apagan, están apagados, son ojos blandos sus ojos y no son húmedos sus ojos, todo lo que hacen es mirar sin ver, no se escapa ni un solo reflejo de esos ojos blandos, no están vivos esos ojos, podrían sustituir piedras por esos ojos, pero ni siquiera son piedras porque son blandos sus ojos.
El mar es la madre que muere, dice papá cuando está borracho, mamá dice que papá es el mar cuando hay tormenta, yo digo que el mar es el cielo vuelto del revés, y entonces todos callan, la abuela se levanta y saca la última manta del armario, tropieza con la puerta y cae al suelo, pasan quince segundos antes de que alguien se levante y la incorpore.
No creo que vaya a morir, pero sí muero no hay tanta pena, no hay tanto dolor por dejar la vida como debiera ser, siento dolor por lo lejos que estoy aún de la muerte, me equivoco de dirección entonces, yo quisiera estar ya del otro lado, del lado de los afortunados, exiliados en algún exótico paraíso o infierno, hacinados en campos de concentración o en hatillos manchados, os esperaré a todos allí, os haré pagar por todo, pero ahora demasiado cansado, demasiado atado, solo queda el placer de la venganza, la salvación de soñar con la venganza, no hay otra cosa en la que pensar en realidad, interrumpo todos mis sueños por esta utopía que se abre en mi cabeza, jubilosa y llena de todos los colores, me atraviesa con dulzura dotando a mi dolor de un significado trascendente.
Todo el respeto que alguna vez haya podido sentir por la raza humana ha desaparecido. Si muero solo quiero que todos mueran conmigo. Morirán de todos modos. Se irán conmigo. Si muero morirá el mundo entero. No los veré nunca más. Es una bendición si te paras a pensarlo. Todas las cosas que no hice, que aún no he hecho, no son más que trampas que me atan a este dolor que me acerca a la vida. Quiero el dolor que se dirije al otro lado. Cómo elegirlo, cómo hacer para que vaya más rápido. Quiero cinco segundos en vez de diez. Quiero más siempre. Quiero el por favor y no quiero el gracias. Creen que podrán conseguir de mi ahora todo lo que quieran pero es precisamente al contrario: ya no tengo nada que ofrecer.
Ahora pienso de nuevo en el mar, esa trampa, esa otra trampa a la que me mantienen atado. Pienso en la música y en la promesa de unas piernas abiertas. Pienso en Julio y en el sol y en una buena carne bien asada. Aromas de un mundo que nunca existió. Nunca fue Julio, ni siquiera Junio. A veces fue Mayo pero siempre llovía. Ni en Agosto dejé de sentir frío.
Que nadie se merece esta muerte es cierto, pero también es cierto que yo la merezco como cualquier otro. Cualquier otro podría estar en mi lugar y cualquier otro podría estar pensando lo que pienso. Hay una pérdida de identificación, me sumo en el otro, me vuelco en ese otro cualquiera, le transfiero toda mi munición. Haz con ella lo que quieras, a mí nunca me sirvió. Un esfuerzo para mantener la dignidad en estos momentos, dicen, precisamente en estos momentos, cuando pienso que la dignidad no sirvió para nada en ningún momento. Utilizarla ahora sería lo más descabellado del mundo. Dignidad y esperanza, suena algo obsceno. Es tan obsceno que dan ganas de reír. Muere como un hombre, sí, cuando viviste como una bestia. Moriré como una bestia porque eso es lo que siempre he sido: un pedazo de carne que alimentar, a la espera de que algún día sea productivo. Lo que les duele es que me vaya tan pronto, cuando aún apenas empezaba a cuidar de las vacas, cuando aún no he recibido mi primer sueldo en la ciudad, tal y como esperaban. La decepción que sienten por mí suena ahora como un premio. Nunca pensé que sentiría esta dicha: morir siempre estuvo por encima de mis posibilidades.
Ahora no puedo hablar pero, escucha esto que te estoy diciendo, tendrás que escucharlo de todas maneras, aunque nunca quisieras escucharlo, lo harás, aunque sea imposible, aunque no sienta la lengua ni sepa dónde queda mi bano, lo estás sabiendo, en el preciso momento en que lo estoy pensando, lo estás escuchando, y no hay nada ya que yo pueda hacer a este respecto más que decirlo, aunque sepa que nunca será escuchado, hay que decirlo, aunque sepa que nunca será dicho del todo, así quedará mi intento, sin chuparse el dedo pero mirando a otro lado, nunca mi lado, sino el lado de los otros, aquellos que pronto marcharán, y la cuerda, y los azperetes, y el poste al que estoy atado, y que es lo único que me mantiene vivo, de todas maneras vivo, a pesar de ellos vivo, vivo para no hacer más que esto, que al final no importará demasiado, pero eso queda demasiado lejos de nosotros, aún vivos y aún demasiados.
Si me muevo me quiebro, y si no me muevo quedo inmóvil, y hay dolor de todas maneras, en todas las posiciones hay dolor y el dolor es lo que me mantiene pensando, demasiados pensamientos para tan pocas acciones, y es apenas mover un dedo y morir pensando, es apenas pensar en mover un dedo y el dolor se adelanta a mi propio pensamiento, dejándome inmóvil, soñando con enseñarles mi dedo índice a todos esos que nunca marchan, que nunca se marchan del todo, que nunca empiezan a largarse del todo, quizás le divierte el espectáculo de observarme mientras espero a que se larguen para empezar a marcharme yo también, nunca al mismo sitio al que ellos marchan, ese sitio que desconozco pero que se abre fuera, porque ni siquiera sé dónde guarecemos, aunque ellos lo sepan no sirve, por eso necesito que se marchen, que se trilen, para sentir que hay otros sitios, otros sitios fuera de aquí, una puerta por la que salir de aquí, aunque nada de esto significará nada si realmente no hay nada más que aire en el exterior, y esto no es lo que espero, lo que espero es la caída, espero el viaje, espero siquiera llegar al suelo para poder roer la cuerda con mis propios dientes, si es que acaso me quedan dientes, si es que acaso puedo abrir esta boca por la que, por el momento, no salen palabras, solo un líquido verde que se parece demasiado a un brillo.
Murieron todos, fue la muerte llevándoselos, uno a uno, fue una muerte colectiva, la muerte fue contagiosa, una plaga, y eso lo hizo más llevadero, familiar, fue un nuevo miembro de la familia, nos acostumbramos a su querencia a despertar por la noche y caminar por los pasillos de nuestra casa, no pedía sopa a la hora de la cena, no molestaba demasiado, fui prefiriéndole a las viejas hermanas de mamá, a los amigos tozuños de papá, a los vecinos que aparecían pegados a las paredes de la cocina cada mañana, rumiando brasas, evangelizando su hambre, siempre insinuando que guardábamos más, que guardábamos más dios sabe dónde, que guardábamos más en algún sitio que habíamos olvidado, que buscáramos, que siguiéramos buscando nos rogaban, busca niño busca, decían cuando mamá se ausentaba, y me pellizcaban en las nalgas y me azuzaban como un perro y veía sus bocas abiertas, ruinosas y sin dientes, y es ahora lo que veo cuando pienso en agua.
Otra vez sumido en mis brazos el peso de un hombre que un día quiso saber lo que mi cuerpo encerraba, y yo decía, no hay nada, no hay nada señor, ignorando que era igual que los vecinos, desconociendo el significado de la palabra nada, absolutamente nada señor, decía yo, sin saber que era precisamente eso lo que buscaba, equivocados los dos como Braulio y Zuni, cuando marcharon al río y regresaron enteros, sin desnudarse aún, atrofiados de besos, practicantes de una nueva filosofía, un extraña ablufia, adoctrinados en el quererse sin tocarse, pensaban que habían hecho caso al diablo, que estafaban al gobierno, que habían matado a todas las viejas del pueblo, entre ellas mi pobre abuela, que murió precisamente aquella noche, infestada de velas y rosarios púrpuras, la única que lloró cuando le conté lo del señor, la única que no hizo más que llorar, la única que no sostuvo extranjeras teorías acerca del no, del nada, del señor pronunciados, como si fuese yo el que hubiese llamado al diablo, como si yo golpease en su puerta todos los días y por eso había terminado acudiendo, y quizás por eso fui yo el único que lloró a la única que lloró por mí alguna vez, y si ahora no lloro al recordarlo es porque no queda ni una sola gota en estas venas que veo abiertas, desmayándose en mis brazos, estos mismos que acunaron alguna esperanza alguna vez de que Braulio fuera yo y fuera Zuni la que se apoyara en mis andamios.
Quien quisiera entrar en mi edad ya no existe, o al menos eso dijeron quiénes me convencieron de que no pasó nada, y yo les creí como se cree en la madrugada, queriendo creer que es para siempre, que no volverá, que nunca vuelve de la misma manera, que nada sucedió y por ello nunca volverá a suceder, que no se puede saber del alba como de las misas, esas infinitas que saben a polvo y a niños pateando el encerado, las mismas que me dejaron rezando porque no volviera, no el señor, sino mis palabras mal pronunciadas, mi constricción abstrusa, o algo así dijeron aquellos que me convencieron de que ni siquiera yo existí, de que aquellos minutos no acontecieron más que en la imaginación de un pobre niño malnutrido y malostiado, pendiente siempre de tretas y jugando siempre al fresno todas las tardes, y todas las tardes de mi vida me imaginan así, golpeándome solo, hablándole solo a las paredes, inventando argucias y deformando la muerte hasta que me habla de tú a tú, como si yo quisiera alcanzar, yo solito, tal grado de enemistad con la luz y las alegrías.
Una pedrada en la cabeza no duele igual, eso ya me lo dijo el profesor delante de todos mis compañeros, queriendo explicar que todos los libros eran distintos y era yo el que solo veía uno, ya leí ese libro, decía yo, todo el tiempo, esperando una risa atrás que me arropase, esperando una colleja delante que me esterilizase, no equivoques al resto, parecía decir su gesto violento que sabía a arcilla mal prensada, su adusto pronunciar las sílabas como si el lenguaje fuera otro dios ante el que arrodillarse y pedir perdón, todo el tiempo, el mismo libro, todo el tiempo, el mismo dios, todo el tiempo, la misma piedra, todo el tiempo, y millones de dolores distintos.
Pero ahora ya no tan niño, ahora ya animal mamífero vertebrado plagado de orificios, habitante de razones y poseedor de primeras certezas que no sirven, por eso vuelven los niños, incluso aquel que no fui, para darme la mano y hacer que se abran los pliegues, amaniatados poros que conozco: un tórax y dos molinos por ojos, húmeros y tibias pares, todo crece y arruga hacia dentro al no encontrar tierra ni cielo sobre el que bascularse, pobrecito de mí, efecto de conspiraciones mundiales, hijo de otro hijo y así hasta el final, nuevo hombrecillo sin pedales, qué podrán hacer de mí ahora que recuerdo que alguna vez fui niño y siquiera aquello les importó, hazme un hijo para poder decírselo, decirle que huya de aquí, que encuentre un infierno mejor, que abandone a su padre y a sus hermanos y que invente otro país como yo una vez creí hacer.
Pero todos se fueron, aunque vuelven, y vuelven para quedarse, y ahora ya no tan fuertes, ahora no tan enfebrecidos, callan y escuchan, levitan y rezan, hacen flexiones colgados del crucifijo, fortaleciendo sus almas de caballo, sus dientes ennegrecidos, achatados de tanto rumiar cortezas, de tanto salpicar y astillar, esos hombres, los mismos hombres que humillaron dioses, las mismas manos que azotaron cristales, ahora ya no tan salvajes, ahora ya no tan inteligentes, me miran y mi dolor no les sabe a madre, les sabe a huésped, a potro que muere, a zafia inservible, a canalla sin vino ni sangre, y por eso me mienten, lo saben, me mienten, son demasiados para mentirme y aún así lo saben, pero aún no tan sabios, aún no tanto, aún no, aún demasiado pocos para eso.
Pero Braulio sabe dónde estoy y aún así calla, calla a la par que vocea mi nombre, pero mi nombre está prohibido, a mi nombre no le está permitido hendirse, ni tumbarse, ni ceñirse demasiado prieto, mi nombre ya no tiene padre ni oficio, mi nombre ha huido lejos sin dientes, se lamentan todos que finjo, que he fingido, que ha asqueado de pronombres, y el pueblo se hunde, naufraga con ellos, se alimenta de torpes, de malentendidos, de diretes y de dime aquí y ahora, y ahora no sé pero luego talvez, talvez la sarna después, sí, y ahora no pero talvez después recuerde, talvez dentro o fuera, talvez para siempre, por su modestia callan, por su hambre talvez, y otra vez talvez en una olla retorcida hierven sus culpas, las secan a la noche para que no ahuyenten a las bestias que duermen, ellas, que aún levitan sin nombres.
La vasta apariencia de mediocridad, que sin vasos no vierte, no sirve para ahuyentar sus inviernos, pero les llaman, a la hora de la cena les llaman, y ese es el nombre que todos eligen, esa es la cuchara que ciernen, ese es el mandamiento que domina a los milagros y a los santos que no callan, no, ellos nunca faltan a la merienda de pan con vino, atragantados de miserias las devoran por cientos, las recuentan en el patio cuando el párroco se tuerce y predica a los feligreses, que ahora gritan, que ahora danzan, que ahora ríen y cantan, una asamblea de almas que vieron a Dios teniendo una crisis histérica por primera vez.
Nunca he visto el mar, soy un ciego para el mar, no sé lo que es una ola, una marea, y he visto peces pero sus ojos estaban blandos, son como los ojos de esta gente, no reflejan nada, no hablan, se apagan, están apagados, son ojos blandos sus ojos y no son húmedos sus ojos, todo lo que hacen es mirar sin ver, no se escapa ni un solo reflejo de esos ojos blandos, no están vivos esos ojos, podrían sustituir piedras por esos ojos, pero ni siquiera son piedras porque son blandos sus ojos.
El mar es la madre que muere, dice papá cuando está borracho, mamá dice que papá es el mar cuando hay tormenta, yo digo que el mar es el cielo vuelto del revés, y entonces todos callan, la abuela se levanta y saca la última manta del armario, tropieza con la puerta y cae al suelo, pasan quince segundos antes de que alguien se levante y la incorpore.
No creo que vaya a morir, pero sí muero no hay tanta pena, no hay tanto dolor por dejar la vida como debiera ser, siento dolor por lo lejos que estoy aún de la muerte, me equivoco de dirección entonces, yo quisiera estar ya del otro lado, del lado de los afortunados, exiliados en algún exótico paraíso o infierno, hacinados en campos de concentración o en hatillos manchados, os esperaré a todos allí, os haré pagar por todo, pero ahora demasiado cansado, demasiado atado, solo queda el placer de la venganza, la salvación de soñar con la venganza, no hay otra cosa en la que pensar en realidad, interrumpo todos mis sueños por esta utopía que se abre en mi cabeza, jubilosa y llena de todos los colores, me atraviesa con dulzura dotando a mi dolor de un significado trascendente.
Todo el respeto que alguna vez haya podido sentir por la raza humana ha desaparecido. Si muero solo quiero que todos mueran conmigo. Morirán de todos modos. Se irán conmigo. Si muero morirá el mundo entero. No los veré nunca más. Es una bendición si te paras a pensarlo. Todas las cosas que no hice, que aún no he hecho, no son más que trampas que me atan a este dolor que me acerca a la vida. Quiero el dolor que se dirije al otro lado. Cómo elegirlo, cómo hacer para que vaya más rápido. Quiero cinco segundos en vez de diez. Quiero más siempre. Quiero el por favor y no quiero el gracias. Creen que podrán conseguir de mi ahora todo lo que quieran pero es precisamente al contrario: ya no tengo nada que ofrecer.
Ahora pienso de nuevo en el mar, esa trampa, esa otra trampa a la que me mantienen atado. Pienso en la música y en la promesa de unas piernas abiertas. Pienso en Julio y en el sol y en una buena carne bien asada. Aromas de un mundo que nunca existió. Nunca fue Julio, ni siquiera Junio. A veces fue Mayo pero siempre llovía. Ni en Agosto dejé de sentir frío.
Que nadie se merece esta muerte es cierto, pero también es cierto que yo la merezco como cualquier otro. Cualquier otro podría estar en mi lugar y cualquier otro podría estar pensando lo que pienso. Hay una pérdida de identificación, me sumo en el otro, me vuelco en ese otro cualquiera, le transfiero toda mi munición. Haz con ella lo que quieras, a mí nunca me sirvió. Un esfuerzo para mantener la dignidad en estos momentos, dicen, precisamente en estos momentos, cuando pienso que la dignidad no sirvió para nada en ningún momento. Utilizarla ahora sería lo más descabellado del mundo. Dignidad y esperanza, suena algo obsceno. Es tan obsceno que dan ganas de reír. Muere como un hombre, sí, cuando viviste como una bestia. Moriré como una bestia porque eso es lo que siempre he sido: un pedazo de carne que alimentar, a la espera de que algún día sea productivo. Lo que les duele es que me vaya tan pronto, cuando aún apenas empezaba a cuidar de las vacas, cuando aún no he recibido mi primer sueldo en la ciudad, tal y como esperaban. La decepción que sienten por mí suena ahora como un premio. Nunca pensé que sentiría esta dicha: morir siempre estuvo por encima de mis posibilidades.
sábado, 15 de enero de 2011
When mama was moth
Tu parto f Tu parto fue un dulce dolor.
ue un dulce dolor.
Tu parto fue un du Tu parto fue un dulce dolor.
lce dolor.
Tu part Tu parto fue un dulce dolor.
o fue un dulce dol Tu parto fue un dulce dolor.
or. Tu parto fue un dulce dolor.
n dulce dolor.
Tu part Tu parto fue un dulce dolor.
Ahora el bucle se rompe. La pantalla expresa un rostro taciturno, pestañea, lo hace también la imagen, como si retransmitiera desde uno de esos antiguos satélites. Mira más allá de la superficie plana al vacío que se encuentra al otro lado. Asimismo el vacío mira un ordenador abandonado que contiene un rostro. Es entonces cuando las palabras surgen de su boca:
Te imagino en un paisaje blanquecino y gris.
Te imagino dentro de una masa suave y esponjosa, húmeda, indolora y tranquila.
Te imagino respirando con los ojos cerrados, pensando en alguna canción, jugando con tus manos en el aire.
No durante mucho tiempo, luego te olvido, te olvido todo el tiempo, en realidad es todo lo que hago: no paro de olvidarte.
ue un dulce dolor.
Tu parto fue un du Tu parto fue un dulce dolor.
lce dolor.
Tu part Tu parto fue un dulce dolor.
o fue un dulce dol Tu parto fue un dulce dolor.
or. Tu parto fue un dulce dolor.
n dulce dolor.
Tu part Tu parto fue un dulce dolor.
Ahora el bucle se rompe. La pantalla expresa un rostro taciturno, pestañea, lo hace también la imagen, como si retransmitiera desde uno de esos antiguos satélites. Mira más allá de la superficie plana al vacío que se encuentra al otro lado. Asimismo el vacío mira un ordenador abandonado que contiene un rostro. Es entonces cuando las palabras surgen de su boca:
Te imagino en un paisaje blanquecino y gris.
Te imagino dentro de una masa suave y esponjosa, húmeda, indolora y tranquila.
Te imagino respirando con los ojos cerrados, pensando en alguna canción, jugando con tus manos en el aire.
No durante mucho tiempo, luego te olvido, te olvido todo el tiempo, en realidad es todo lo que hago: no paro de olvidarte.
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