jueves, 26 de agosto de 2010

Esmirna

Un poema es lo primero que ves cuando llegas a Esmirna.
Para cuando eso sucede los barcos ya se han doblado en dos y han enseñado sus traseros a todas las damas con pañuelo que esperan. Pero no te esperan a ti sino a los funambulistas y a los poetas, viejos reacios a la esperanza y a cualquier otra forma de venganza espiritual.
Los niños corren por el puerto y no es otra postal a coleccionar. Se hacen añicos corriendo, luego regresan a las faldas de sus madres, las cuales los corrigen y atan en pedazos reconocibles. Pero tampoco te esperan a ti, sino a sus maridos, sudorosos y llenos de pornografía casera. Esperan poder expulsar algún otro chorro de lefa dentro de algún otro pedazo de carne que no sepa a agrio ni cante a limosna. Quieren besos y nostalgia. Quieren su porción de regreso, esa parte que nunca entienden, que nunca entenderán.
Yo regreso a Esmirna pero sé por qué regreso. Hay algo en la ciudad que me devuelve la sensación de sentirme preso. Hay alegría en ese sentimiento. He añorado cadenas, grilletes, puertas de hierro macizo. He soñado con cautiverios y palizas nocturnas. Si algún día consigo lo que deseo sabré que me he vuelto más libre para llorar otra tregua.

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