A la verdad no se llega a través del aburrimiento, ni
siquiera a través de la cultura, ni mucho menos recorriendo las columnas de la
última tendencia literaria. Calles llenas de cool(writer)hunters, buscando en
aquella esquina donde nadie aún ha mirado, extrapolando su mirada provinciana
hacia el Nueva York que ha visto por Google-earth. Apóstrofes, siglas, citas
como reclamo ante el carroñero-nuevo-hombre, postrado ante el fracaso de una
ulterior modernidad, rumia un último hueso creyendo que es carne, creyéndose
afortunado y cierto. Todavía famélicos pero hartos, adocenados en
individualidades que asemejan a cualquier otra, conectados entre sí por los
intestinos y por la arrogancia, no basta el tiempo para hacerles caer o meditar,
porque ya es tarde, porque no hay tiempo, porque estar a la última y nunca
querer ser el último es mucho más que imposible. Mucho mejor la ignorancia a
ser ignorado, piensa este hombre que nunca supo nada y solo recuerda los
títulos y los nombres, nunca las voces, y mucho menos la suya, su voz: aquella
que oculta entre otros ecos que le devuelven lo que en realidad nunca pensó.
¿Dónde estás, entonces? Estás aquí, ahora, y en cualquier otro lugar al mismo
tiempo. Te diluyes. No hay tiempo, recuerda. Tampoco existes. Quizás en otro concepto. Seguramente una imagen.
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